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martes, 16 de abril de 2013

ENZO IVKOVICH. Pintor


ENZO IVKOVICH. Pintor

Nace en Casilda, provincia de Santa Fe, Argentina, en 1976. Actualmente, reside en la ciudad de Rosario. Se formó en pintura con los maestros Pedro Giacaglia, Martha de Zuccheti e hizo clínica de obra con la Lic. Claudia del Río.
En 1995 recibió la beca Estímulo a la Juventud de la localidad de Los Molinos para la producción de obras y perfeccionamiento universitario.

Completa su formación con estudios en las carreras de Filosofa y de Bellas Artes en la U.N.R.
En 2004 ilustró la revista Prohistoria Nº 8 (U.N.R). En 2006 obtuvo la beca de Perfeccionamiento para Jóvenes Artistas, otorgada por la Fundación Nuevo Banco de Santa Fe y el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo Rodríguez.
En 2008 colaboró como calígrafo en la escenografía de la ópera

Los cuentos de Hoffman para el Teatro Argentino de La Plata.
Desde 1993 hasta la actualidad se desempeña en la enseñanza de la pintura con especialidad en artes figurativas.   
A lo largo de estos años ha participado de numerosas exposiciones colectivas e individuales y hoy su obra forma parte de colecciones privadas, argentinas y extranjeras.


Obra
“Se ha escrito ya acerca de Enzo Ivkovich. Abundan, en esa literatura, explicables referencias a las circunstancias físicas de su entorno, a sus circunstancias espaciales, pues vive con afán creacionista aun el uso más cotidiano.
Yo hablaré de él desde el frente de sus pinturas, aunque comience con un recuerdo lejano y personal.
Hace muchos años, un jovencísimo –apenas adolescente- estudiante Enzo Ivkovich, preparaba la naturaleza muerta con que participaría en una exposición.
Su técnica se distinguía de la del resto: un menor esfuerzo en el esfumado, bordes menos dibujísticos, pinceladas gruesas que exaltaban los colores; temeridad inusual ante el lienzo. El final fue tan bueno como para que otra estudiante le sugiriese llamar al cuadro «Momento de Inspiración».

Aquel momento se extendió a sus estudios posteriores. Cada muestra colectiva hacía notar también que Enzo Ivkovich se alejaba de los estándares enseñados hacia un modo propio, no solo en la selección de sus modelos –aquello que iba a pintar- pero en la forma de plasmar la imagen, la técnica. Cuando pintó La Rosa Negra, su primer original, pudimos observar la obra de un artista esencialmente cabal. Tenía 17 años recién cumplidos.
Duplicados sus años, la obra de Ivkovich se presenta con carácter evolutivo de aristas llamativas.      
Es dueño de todas las técnicas; quiero decir, puede utilizar todos los recursos pictóricos con éxito parejo. Yo diría, con felicidad.

Puede ser bueno empezar por sus acuarelas, que tienen temperamento minimalista; el pincel trabaja a modo de un cincel que labra sutiles gemas, desplazándose sobre una superficie sumamente vulnerable. La acuarela es una cosa difícil; es agua sobre papel, dos materiales que usualmente se llevan mal. Por eso la mayor parte de los acuarelistas plasman sus imágenes con manchas de colores, para evitar que el roce del pincel levante de la hoja sus despojos primeros.
Pero Ivkovich prescinde de dejar a su suerte la pintura, aun en la más nimia superficie, en la más minúscula.
Pues su pincel es sutil y racional.

Y aquí algo que importa: lo racional en arte –o en su arte- no debe entenderse como triunfo de la facultad de pensar sobre la emoción -ni siquiera como dominio absoluto de la voluntad racional sobre la materialidad de la pintura- sino como adecuación de la técnica al espíritu de la obra que se intuye e incluso debe pensarse con profundidad y rigor, pero solo se devela en el trance mismo de pintar: por eso ha dicho que «un pintor ve con la mano».
Con el óleo se explica mejor el aserto. Como los de Leonardo, los óleos de Ivkovich son una yuxtaposición de capas de pintura y veladuras. Es una forma sumamente amorosa del arte, y egoísta: él ha contemplado cuadros que nunca veremos, enterrados bajo su última apariencia. La visión de la mano lo lleva a la imagen final, que no puede ser perfectamente anticipada antes de la ejecución.

        El arbitrio está en saber cómo se hace lo que se hace: conciencia llamativa en estos tiempos, que dirige la evolución de la obra ivkovichiana y que no es casual, pues proviene de quien comprendió a la filosofía como inherente al arte.
No veremos pasajes de lo figurativo a lo abstracto, ni de lo académico a lo pop, ni de lo conservador a lo revolucionario, ni cabriola similar. Observaremos los mismos temas, los mismos elementos compositivos –fondos oscuros, nubes, piedras, cuerpos, rostros, flores- tratados de menor a mayor complejidad conforme el artista avanzó en la comprensión de la técnica. Tal vez no en el volumen; un poco más en la composición propiamente dicha. Sí en el color, del que Enzo es maestro. Los colores de una última obra suya, sustituyen la realidad cromática aprendida por quien la mira.
Pues me pararé ante, por ejemplo, El sueño de Endimión; tendré varios motivos para suspirar. Tendré el tamaño del lienzo, vasta superficie más vasta aun por la oscuridad de la que emergen las formas protagónicas. En los fondos oscuros se percibe una idea de infinidad, no en su acepción absoluta, sino –al igual que en Borges- como de lo inconmensurable, de lo que no puede medirse, que por exceder a las capacidades humanas, legitima la existencia de un Ser divino.    
Luego será la luz, que proyecta los volúmenes hasta tentar a la propia mano a una alianza táctil imposible.

Será el color, la laca carminada «desangrando las sombras», piedras cálidas de hendiduras que pienso: existen, pero tal vez no las había visto antes y deben ser como las que abrigarían los sueños de los primeros hombres, más viejas entonces que ahora.
Y de las nubes el azul phtalo que incandesce y en su fulgor morigera el frío de los otros azules… ¡Ah, sí!: tonos cálidos y fríos, miles de ellos, tantos como resulta difícil creer existan en la naturaleza y en el arte de todos los tiempos.
Será la humanidad melancólica del cuerpo desvanecido sobre las rocas, bello hasta lo doloroso, solo hasta lo metafísico, físico hasta lo intolerable.
Entonces el pecho exhalará todo el aire del que sea capaz. Sólo después de mucho rato, nos preguntaremos por la figura lánguida y delgada de quien ha podido traer esa forma superior de humanidad al mundo.
Es Enzo Ivkovich, que existe en nuestros días como una inusual joya de perfección y belleza, a la que ningún ser con espíritu renunciaría amar, si pudiera conocerla.   Dra. Alejandra Larrea
   Artículo: Prof. Arnoldo Gualino

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