HORACIO SÁNCHEZ FANTINO, Artista Plástico
Nacido en Rosario, Argentina1957. Estudió en Escuela de Bellas
Artes, Universidad Nacional de Rosario (1978 a 1983).
Concurrió al Taller de Juan Grela en Rosario desde 1984 a 1990.
Al Taller del Adolfo Nigro, Buenos Aires de1996 a 1997.
Desde 1998 ha
plasmado ilustraciones y diseños para libros con diferentes temáticas de
importantes editoriales
Obras en colecciones privadas de Argentina; Alemania, Australia,
Brasil, Canadá, EE.UU., Francia, Grecia, Holanda, Inglaterra, Méjico, España y Suiza
“Mapas para Perderse”.
C.C. Recoleta / Museo Castagnino
- 2010
Hablar de mapas parece un apunte de la nostalgia cuando ya
disponemos de teléfonos celulares que tienen incorporado GPS. Sin embargo,
todavía es frecuente ver algún turista consultando el mapa de la ciudad que
seguramente le dieron en el hotel.
Todos tenemos vínculos afectivos con el mapa de nuestra ciudad.
Marcamos ahí el lugar desconocido, hacemos notas o simplemente
lo llevamos “por las dudas”, como un amuleto contra el ignoto y amenazante
territorio por explorar. Los mapas de hoy, concretos y funcionales, no son como
los de ayer.
Los portulanos, mapas del siglo XIV y XV, tienen tal nivel de
sofisticación gráfica, ilustraciones y notas al margen, que han sido
considerados verdaderas obras de arte.
¿Qué decir de los mapas celestiales, entonces? Un artista
rosarino llega para señalarnos otra dimensión de la cartografía, Horacio
Sánchez Fantino utiliza la codificación del mapa para crear sus obras. Desde
este punto de partida, crea un corpus de mapas-pinturas con la misma dedicación
que lo hicieron los cartógrafos de fin de la Edad Media.
Como “inmigrante interno”, de una ciudad a otra, Horacio nos
muestras las peripecias de quien tiene que aprender a reconocer una nueva
región urbana, tanto desde la objetividad como desde la subjetividad.
Geográficamente, su ciudad de origen es próxima a Buenos
Aires, pero hay diferencias marcadas, no sólo por su
determinante ubicación junto al río Paraná, sino también por su historia e
idiosincrasia.
Más allá del dato territorial preciso que ofrece un mapa, las
obras cartográficas de nuestro artista son un “marcapasos” del palpitar de su
corazón; señalan todo aquello que acelera su ritmo cardíaco, todo aquello que
toque su espíritu, cada mapa muta en un poema a un barrio particular, a una
calesita olvidada, a un café o a una esquina.
Horacio conjuga su actual residencia en Buenos Aires y tanto su
pasado como sus frecuentes visitas a Rosario, sintetiza en un solo territorio
sus dos historias, tal como se comprueba en el Mapa de Ros-Baires.
Toma no lo mejor, sino lo más querido de cada ciudad, como el
café, el lugar de encuentro entre amigos.
En una de sus obras pinta un plano de Buenos Aires con los cafés
más típicos de Rosario, El Cairo, La Sede, El Savoy, La Capital y otros, como
una utópica mega-ciudad que cobija lo mejor de la amistad.
En otros casos, nuestro artista desembaraza sus mapas de la
rigidez científica para inundarlos de niebla, una espesa capa de humo que
oculta nombres como Oesterheld, Julio López o Padre Mujica, y otros que se
pierden en un abismo sin sentido.
Otros nombres son inventados, como lo hacía Juan Grela, maestro
de Horacio y a quien le rinde un homenaje.
La economía de nuestros tiempos nos exige máximo rendimiento en
mínimo tiempo, pues “el tiempo es oro”. De ahí que cuando, haya que movilizarse
de un punto a otro, haya que elegir el camino más corto, el que llega más
rápido. Pero ¿qué pasaría si eligiéramos el camino más largo?, o algo peor aún,
un camino incierto que se vaya armando y desarmando a voluntad.
En la tradición simbólica, recorrer un camino es una metáfora
del tránsito de la vida, se parte de la Patria Celestial hacia una dimensión
espacial y temporal, esta tiene senderos que elegimos a riesgo de obtener
ventajas o desventajas, y finalmente, retornamos al mismo origen.
De ello dan cuenta los laberintos de las catedrales medievales
como Reims y Chartres.
En la misma tradición, se inscriben los Mapas de Trayectos
Inciertos, creados por Horacio: ellos dan la pauta de cómo un camino se puede
construir acortando sendas o tomando rutas más largas, sea por fuerza del azar
o por propia voluntad.
Nuestro artista pone en entredicho un viejo dilema de la
existencia humana, ¿las cosas suceden porque hubo un plan predeterminado?, ¿en
qué medida el hombre es responsable de su destino?, ¿cuánto hay de casualidad y
cuánto de causalidad? Casi emulando un juego de mesa, Horacio crea un mapa con
un disco giratorio que oficia de perinola, orientando al caminante imaginario
hacia destinos azarosos.
La asimilación de la Tierra con el cuerpo femenino es un
pensamiento tan arcaico como actual. Horacio retoma esta analogía para crear un
Mapa de Mujer; la topografía de las caderas, los senos y el torso de una mujer
se logran uniendo puntos con una línea, a la manera de aquellos juegos
infantiles. De esta manera, caminar los senderos de este mapa es equivalente a
acariciar los médanos de una dama.
Hay un grupo de obras en las que se desdibujan los contornos de
las manzanas y se acrecienta la importancia de avenidas y cursos de agua.
Son visiones aéreas de ciertas parcelas urbanas que evocan
geoglifos (como los de Nazca, Perú, por ejemplo), no con formas de animales,
sino plenamente geométricas.
Curiosamente evocan tanto los diagramas de circuitos
electrónicos como petroglifos, como los de Bedolina, al norte de Italia, que se
supone son el plano más antiguo conocido (2000 AC a 1500 AC).
Como si quisiera emular al ignoto hombre de Bedolina, utiliza
una técnica de grabado, no sobre la piedra sino sobre madera y con gubias.
No deja de ser significativa una obra que describe la geografía
de la Villa 31, del barrio porteño de Retiro. En ella se distinguen la traza de
la autopista, las vías del ferrocarril y una que otra referencia de la zona.
El estallido de colores metálico se debe al material pegado
sobre la madera: ni más ni menos que latas de gaseosas provistas por los mismos
habitantes de la villa. Con un homenaje al Juanito Laguna de Antonio Berni,
Horacio logra una obra de su autoría y colectiva a la vez.
Si el mapa petrifica el dinamismo de la ciudad, Horacio acelera
su movimiento en cada una de sus obras. Si el mapa clarifica el camino, las
pinturas de Horacio lo empañan con historias de vida.
Nuestro artista utiliza la retórica de la cartografía clásica,
las líneas de la Rosa de los Vientos, el mapeo urbano y el rigor científico de
la apropiación racional de un territorio para crear un oxímoron plástico, es
decir, una figura que a la lógica le resulta contradictoria: un mapa que no
sirve para ubicarse sino para perderse; lo que sería algo equivalente a una
brújula caprichosa que señala distintos puntos cardinales cada vez.
A Horacio Sánchez Fantino no le importa la lógica de la latitud
y altitud, sino la coherencia afectiva: vive la ciudad como si fuera su
explorador, su descubridor, su dueño y, sobre todo, su intérprete. Julio Sánchez - 2010
Blog Cultural:
Arnoldo Gualino. Rosario, Argentina
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