EN EL DÍA DEL PADRE
El trompo
Cuando jugaba a los trompos con mi padre
siempre me ganaba.
Yo ponía todo mi empeño
pero era muy corto de vista, y él
siempre me ganaba.
Mi trompo giraba plácidamente en la mano de mi padre
y su trompo se escapaba por entre mis dedos.
Yo ponía todo mi empeño pero quien ganaba era él.
Y reía, no burlándose
reía como a la espera de algo que no llegaba,
una explicación,
una deducción
que estaba al alcance de mis ojos
pero yo era muy corto de vista.
“Hay que mirar detenidamente”
me decía.
“Hay que mirar y sacar conclusiones”
mientras mi trompo bailaba en la palma de su mano
y él reía con sus dientes chiquitos
gastados por el tiempo.
Un día
tras una inolvidable clase de Física en el colegio
volví a casa y le pedí que enrollara el trompo.
Hacía más de cinco años que no jugábamos a eso
y mi padre me miró de una manera difícil de describir,
con cariño,
con satisfacción,
pero más que todo con alivio,
como diciendo “Ha llegado el momento.”
Mi padre era zurdo
(siempre lo supe, pero no deduje)
y enrollaba en sentido contrario a las agujas del reloj,
por eso el trompo que él preparaba
se escapaba de mi mano torpemente diestra,
y no de la suya, astutamente siniestra.
La infancia es un despiadado campo de aprendizaje
donde las clases prácticas
se dictan fuera de horario.
De ROGELIO RAMOS SIGNES
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